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Pausa
Cuesta más de una sobremesa, e infinidad de gestos y ademanes, explicarle a un ciudadano europeo de mediana edad el significado de las candidaturas testimoniales en la Argentina.
Uno de los espectáculos más divertidos que han surgido a raíz de la crisis económica global, es observar los malabares que hacen los países para que sus ciudadanos vuelvan a tirar cosas útiles a la basura.
Eluana Englaro murió sin ayuda, el lunes pasado a las 20.10, mientras el Senado de Italia intentaba apurar una ley para impedir su muerte.
Una doble campaña publicitaria —con tintes de revolución religiosa y conmoción vehicular— ha ganado las calles de Barcelona, Málaga y Madrid. Desde hace ya tres semanas puede verse, en los laterales de los colectivos de línea españoles, una publicidad enorme que dice, textualmente en letras mayúsculas, rojas y negras: «Probablemente Dios no existe; deja de preocuparte y disfruta de la vida».
La prensa europea me está sorprendiendo estos días. Le está dando a la tragedia de Haití una cantidad de páginas en prensa, y de minutos en televisión, muy superior a la que suelen dar a la gente negra que se muere en países distantes y pobres.
La nueva y más flamante pesadilla del europeo, por pura casualidad del destino, es hoy un grupo incierto de africanos oscuros, subidos a una embarcación, intentando —por mar— sacar algún provecho de la riqueza ajena.
Apostasía es la nueva palabra de moda del progre europeo, y también el más moderno temor de la Iglesia Católica.
Los que vivimos tan lejos, con un Atlántico en el medio, tenemos un tema tabú. Sabemos (nos aterra saberlo) que alguna vez tendremos que sacar un pasaje urgente, viajar doce horas en avión con los ojos desencajados, para asistir al entierro de uno de nuestros padres, que ha muerto sin nuestra cercanía. Es un asunto horrible que ocurre tarde o temprano, por ley natural. No es una posibilidad, es una verdad trágica que nos acecha cada vez que suena el teléfono de madrugada. Pues bien. Mi teléfono ha sonado.
Una lectora sagaz me dice en el comentario 227 del artículo llamado España, decí alpiste, que Argentina no es mejor ni peor que España, sólo más joven. Me gustó esa teoría y entonces inventé un truco para descubrir la edad de los países basándome en el sistema perro. Desde chicos nos explicaron que para saber si un perro es joven o viejo había que multiplicar su edad biológica por 7. Con los países, entonces, hay que dividir su edad por 14 para saber su correspondencia humana.
La primera cosa horrible que ocurrió en mi matrimonio tuvo lugar la madrugada del 6 de junio del año 2002. Acostumbrado a mis orígenes, di por sentado que Cristina, como cualquier mujer adoradora de su marido, se iba despertar a las cinco de la mañana para ver conmigo el Mundial del Japón. Para cebar mate en silencio y disfrutar de las tribunas multicolores, para preguntar esas cosas que preguntan las mujeres durante los mundiales, esas ridiculeces simpáticas que respondemos con desgano disfrazado de dulzura. Pero no.