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Pausa
Las primeras palabras del papa Juan Pablo II después de los atentados contra las Torres Gemelas fueron las siguientes: «El mundo, tal y como lo conocemos, ha dejado de existir». Desde hoy se puede decir lo mismo sobre los Mundiales de Fútbol.
La última vez que vi a Argentina en una semifinal yo no era yo: era un chico de diecinueve años mal acostumbrado. Pero sobre todo era joven, era bastante flaco, era soltero y tenía una extraña sensación de inmortalidad.
Siempre fueron los países donde el fútbol es un pasatiempo. A veces prefieren el béisbol, la elección de Miss Universo o salir corriendo cuando los persigue un tigre. Siempre fueron las selecciones simpáticas de las Copas del Mundo. ¿Se acuerdan cuando los invitábamos a nuestros mundiales para sentir ternura? Los invitábamos porque eran coloridos y dicharacheros, y también porque nos encantaba hacerles goles desde afuera del área.
Con los años se aprende que no importa el fútbol: lo que importan son los preinfartos de los que te salvás. Es decir, los recuerdos imborrables que vas a atesorar para contarles a tus nietos.
Desde hoy y durante un mes entero me voy a poner monotemático y solamente escribiré sobre el Mundial de Fútbol. No es una decisión estratégica, sino la imposibilidad de pensar en otra cosa. Me encantaría tener otros cajones en mi cerebro, pero soy incapaz.
Que me perdonen este jueves las damas presentes, pero tengo la necesidad de hablar sobre fútbol. Pero es aún peor: hablaré sobre la regla futbolística menos comprendida por la platea femenina: el offside. Yo no sé si es porque estoy viejo, o porque estoy harto de ver jugadores en la misma línea a los que no se deja avanzar, pero la posición adelantada cada vez me parece más estúpida. Y voy a explicar por qué con dos metáforas y una vieja historia.